Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro estudio en el libro de Génesis. Nos encontramos todavía en el segundo capítulo de este primer libro del Antiguo Testamento. Y comenzamos a considerar en nuestro programa anterior, el sitio geográfico del hombre. Hablábamos acerca del huerto de Edén y concluimos considerando los árboles extraordinarios que se mencionan en el versículo 9 del capítulo 2. Y concluimos diciendo que estos árboles en el huerto de Edén, eran tanto bellos como funcionales, es decir prácticos. Esta tierra en la cual vivimos, todavía retiene algo de aquella hermosura a pesar del hecho de que la maldición de la caída está sobre la tierra. Ahora, brotan los espinos y los cardos, pero todavía podemos encontrar belleza aquí. Hace ya varios años, mi esposa y yo hicimos un viaje a la República Dominicana y tuvimos la oportunidad de visitar algunas ciudades en el interior del país. Mientras viajábamos por las carreteras, tuvimos la oportunidad de admirar la fantástica y fabulosa combinación de belleza natural que se encuentra en ese país. Pudimos admirar las altas palmas de coco; los árboles frutales, el verdor que cubría las montañas; las hermosas flores, todo formaba un conjunto de verdadera belleza natural. El panorama de veras que nos extasiaba. Pues bien, si a pesar de la maldición que ha caído sobre la tierra por el pecado del hombre, todavía podemos encontrar tanta belleza a nuestro alrededor, ¿cuánto más pudo existir en el huerto de Edén, amigo oyente? Debe haber sido un lugar bellísimo. Continuando ahora, con los versículos 10 hasta el 14 de este segundo capítulo de Génesis, leemos: